Comentario
Lo que padeció Cortés continuando el descubrimiento del Sur
Cortés, entre tanto que todo esto pasaba, tuvo hechos otros tres navíos muy buenos, pues siempre construía con diligencia y mucha gente naos en Tecoantepec, para cumplir lo capitulado con el Emperador, y pensando descubrir riquísimas islas y tierra. Y cuando tuvo noticia de todo ello, se quejó al presidente y oidores de Nuño de Guzmán, y les pidió justicia para que le fuese devuelta su nave. Ellos le dieron provisión, y luego sobrecarta; mas poco aprovecharon. Entonces él, que estaba amostazado con Nuño de Guzmán sobre la residencia que le hizo y hacienda que le deshizo, despachó los tres navíos para Chiametlan, que se llamaban Santa Águeda, San Lázaro y Santo Tomás, y él se fue por tierra desde México muy bien acompañado. Cuando llegó allá halló la nao al través, y robado cuanto en ella iba, que con el casco del navío valía todo quince mil ducados. Llegaron también los tres navíos, se embarcó en ellos con la gente y caballos que cupieron; dejó con los que quedaban a Andrés de Tapia por capitán, pues tenía trescientos españoles, treinta y siete mujeres y ciento treinta caballos. Pasó adonde mataron a Fortún Jiménez. Tomó tierra el primer día de mayo del año 1536, y por ser tal día nombró aquella punta, que es alta, sierras de San Felipe, y a una isla que está a tres leguas de allí la llamó de Santiago. A los tres días entró en un puerto muy bueno, grande, seguro a todos aires, y le llamó bahía de Santa Cruz. Allí mataron a Fortún Jiménez con los otros veinte españoles. En desembarcando envió por Andrés de Tapia. Les dio después de embarcados un viento que los llevó hasta dos ríos, que ahora llaman San Pedro y San Pablo. Al salir de allí, se volvieron a perder los tres navíos. El menor vino a Santa Cruz; el otro fue al Guayabal; y el que llamaban San Lázaro dio al través, o por mejor decir, encalló cerca de Jalisco; la gente del cual se volvió a México. Cortés esperó muchos días sus naos, y como no venían, llegó a mucha necesidad, porque en ellas tenía los bastimentos; y en aquella tierra no cogen maíz, sino que viven de frutas y hierbas, de caza y pesca, y hasta dicen que pescan con flechas y con varas de punta, andando por el agua en unas balsas de cinco maderos, hechas a manera de la mano; y así, determinó ir con aquel navío a buscar a los otros, y a traer qué comer si no los hallaba. Se embarco, pues, con unos setenta hombres, muchos de los cuales eran herreros y carpinteros. Llevó fragua y aparejos para construir un bergantín si fuese necesario. Atravesó el mar, que es como el Adriático; recorrió la costa por cincuenta leguas, y una mañana se halló metido entre unos arrecifes o bajos, que ni sabía por dónde salir ni por dónde entrar. Andando con la sonda buscando salida, se arrimó a la tierra y vio una nao surta a dos leguas dentro de un ancón. Quiso ir allá, y no hallaba entrada; pues por todas partes rompía el mar sobre los bajos. Los de la nao vieron también al navío, y le enviaron su batel con Antón Cordero, piloto, sospechando que era él. Arribó al navío, saludó a Cortés, y se metió dentro para guiarle. Dijo que había bastante profundidad por encima de un reventazón, por el cual pasó su nao. En diciendo esto, encalló a dos leguas de tierra, donde quedó el navío muerto y trastornado. Allí vierais llorar al más esforzado, y maldecir al piloto Cordero. Se encomendaban a Dios, y se desnudaban, pensando guarecerse a nado o en tablas; y ya estaban para hacerlo cuando dos golpes de mar echaron la nao en el canal que decía el piloto, mas abierta por medio. Llegaron, en fin, al otro navío surto, vaciando el agua con la bomba y calderos. Salieron y sacaron todo lo que iba dentro, y con los cabrestantes de ambas naos la sacaron fuera. Asentaron luego la fragua, e hicieron carbón. Trabajaban de noche con hachas y velas de cera, que hay por allí mucha; y así, fue pronto remediada. Compró en San Miguel, a diecisiete leguas del Guayabal, que cae en la parte de Culuacan, mucho refresco y grano. Le costó cada novillo treinta castellanos de buen oro, cada puerco diez, cada oveja y cada fanega de maíz cuatro. Salió de allí Cortés, y tropezó con la nao San Lázaro en la barra con la aguja, y se desgobernó el timón. Fue menester hacer otra vez carbón y fraguar de nuevo los hierros. Partió Cortés en aquella nave mayor, y dejó a Hernando de Grijalva por capitán de la otra, que no pudo salir tan pronto. A los dos días de navegar con buen tiempo se rompió la ligadura de la antena de la mesana, que estaba con la vela recogida, y dado el chafardete. Cayó la antena, y mató al piloto Antón Cordero, que dormía al pie del árbol. Cortés hubo de guiar la navegación, pues no había quien mejor lo hiciese. Llegó cerca de las islas de Santiago, que poco antes nombré, y allí le dio un noroeste muy fuerte, que no le dejó tomar la bahía de Santa Cruz. Recorrió aquella costa al sudeste, llevando casi siempre el costado de la nao en tierra y sondando. Halló un placer de arena, donde dio fondo. Salió a por agua, y como no la halló, hizo pozos por aquel arenal, en los que cogió ocho pipas de agua. Cesó entre tanto el noroeste, y navegó con buen tiempo hasta la isla de Perlas, que así creo la llamó Fortún Jiménez, que está junto a la de Santiago. Le calmó el viento, pero luego volvió a refrescar; y así, entró en el puerto de Santa Cruz, aunque con peligro, por ser estrecho el canal y menguar mucho el mar. Los españoles que allí había dejado estaban trasijados de hambre, y hasta se habían muerto más de cinco, y no podían buscar mariscos, de flacos, ni pescar, que era lo que los sostenía. Comían hierbas de las que hacen vidrio, sin sal, y frutas silvestres, y no cuantas querían. Cortés les dio la comida con mucha regia, para que no les hiciese daño, pues tenían los estómagos muy debilitados; mas ellos, con el hambre, comieron tanto, que se murieron otros muchos. Viendo, pues, que tardaba Hernando de Grijalva, y que había llegado a México don Antonio de Mendoza como virrey, según los de San Miguel le dijeron, acordó dejar allí en Santa Cruz a Francisco de Ulloa como capitán de aquella gente, e irse él a Tecoantepec con aquella nave, para enviarle navíos y más hombres con que fuese a descubrir la costa, y para buscar de camino a Hernando de Grijalva. Estando en esto llegó una carabela suya de Nueva España, que le venía a buscar, y que le dijo que venían detrás otras dos naos grandes con mucha gente, armas, artillería y bastimentos. Las esperó dos días, y no viniendo, se fue con uno de los navíos, y las tropezó surtas cerca de la costa de Jalisco, y las llevó al mismo puerto, donde halló la nao en que iba Hernando de Grijalva encallada en la arena, y los bastimentos dentro y podridos. La hizo limpiar y lavar. A los que sacaron la carne y anduvieron en aquello se les hincharon las caras del hedor y la porquería, y los ojos, y no podían ver. Levantó el navío, lo metió en profundidad, y estaba sano y sin agujero ninguno; cortó las antenas y mástiles, pues había cerca buenos árboles, y lo preparó muy bien; y luego se fue con los cuatro navíos a Santiago de Buena Esperanza, que está en la parte de Coliman, donde, antes que del puerto saliese, llegaron otras dos naves suyas, pues, como tardaba tanto, y la marquesa tenía grandísima pena, iban a saber de él. Con aquellos seis navíos entró en Acapulco, tierra de la Nueva España. Muchas cosas cuentan de esta navegación de Cortés, que a unos parecerían milagro y a otros sueños. Yo no he dicho sino la verdad y lo verosímil. Estando Cortés en Acapulco, de partida para México, le llegó un mensajero de don Antonio de Mendoza, con aviso de su llegada como virrey en aquellas tierras, y con el traslado de una carta de Francisco Pizarro, que había escrito a Pedro de Albarado, adelantado y gobernador de Cuahutemallan, que así había hecho a otros gobernadores, en que le hacia saber que estaba cercado en la ciudad de los Reyes con gran cantidad de gente, y colocado en tanta estrechez, que si no era por mar, no podía salir, y que le combatían todos los días, y que si no le socorrían pronto, se perdería. Cortés dejó de enviar recado entonces a Francisco de Ulloa, y envió dos naos a Francisco Pizarro con Hernando de Grijalva, y en ellas muchas vituallas y armas, vestidos de seda para su persona, un ropaje de martas, dos sitiales, almohadas de terciopelo, jaeces de caballos y algunos adornos para estar en casa, que él tenía para sí aquella jornada, y ya que estaba en su tierra no los necesitaba mucho. Hernando de Grijalva fue, y llegó a buen tiempo, y volvió a enviar la nave a Acapulco, y Cortés reunió en Cuaunauac sesenta hombres, y los envió al Perú, junto con once piezas de artillería, diecisiete caballos, sesenta cotas de malla, muchas ballestas y arcabuces, mucho herraje y otras cosas, que nunca por ellas obtuvo recompensa, puesto que mataron no mucho después a Francisco Pizarro, aunque éste también envió muchas y ricas cosas a la marquesa doña Juana de Zúñiga; pero Grijalva huyó con ellas.